La lágrima del año viejo


Era el último día de Diciembre.
Las calles, exhaustas por la época transcurrida,
No hacían más que llorar y lamentarse, pues la Navidad pasó,
Y aún así, el Niño Dios en los corazones no nació.

La gente recorría almacenes, adornaba sus casas,
Compraba regalos, en las reuniones se codeaba,
Pero de Jesús no se acordó.

El año terminaba, y con él, 
Se esfumaban las sonrisas, el regocijo, las fiestas y la algarabía,
Que por unos días habían inundado la ciudad,
Pero que el año nuevo había borrado ya.

Efímeras se habían fugado las luces navideñas,
Que las recorridas tiendas alumbraron,
Y fue así que los días se opacaron con caras tristes y corazones cerrados.

Después de tanto trajine, tanto “esfuerzo” y tanto “corre corre”,
Más que el descanso, la “satisfacción” y el gozo,
Un amargo vacío había quedado,
Que ni los regalos, ni los abrazos, ni las sonrisas habían llenado.

¿Qué había pasado, si los regalos se habían entregado,
Las familias se habían encontrado, los amigos habían festejado,
Los vecinos se habían saludado y los enemigos se habían “reconciliado”?

¿Qué había pasado? ¿Porqué, después de haber cumplido cada punto de la lista,
Cada detalle, de haber entregado cada regalo, de haber decorado cada rincón,
De haber completado cada “requisito”,
El Niño Jesús no había nacido en cada corazón? ¡¿Porqué?!

¿Qué había faltado? ¿Serían más luces en el árbol,
más personajes en el pesebre, más regalos para los niños,
más decoraciones, más fiestas, más buñuelos o más natilla?

¡No!, ¡no y no!. No eran las cosas externas,
No era lo que había faltado, en cambio, habían apagado
El nacimiento de aquel pobre niño de Belén,
Que en la cruz un día murió y así al hombre redimió.

Pero, ¿Cómo terminará la historia? ¿Será que el recién nacido,
Con todo su poder y majestad, con todas sus fuerzas y omnipresencia,
Desatará una ira incontrolable para la ingrata humanidad así condenar?, ¿será?

¡No!, ¡no!, ¡no!. ¡Por supuesto que no!, ¿a quién se le ocurriría?.
El divino niño, con toda su magnificencia y soberanía,
Sobreabunda de bondad,  perdón y misericordia,
Es entonces incapaz de vengarse, su inevitable castigo es el amor.



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